Akutahua remojó con la lengua sus labios resecos, mientras su espalda ardía bajo el sol de la tarde. La sequía se había extendido más allá de la frontera del clan y la cacería era cada vez más infructuosa, dejando esa tarde nada más que un pequeño alce. La tribu vio llegar a Akutahua cargando entre sus brazos al animal, apenas suficiente para unos cuantos.
Al anochecer, aunque el cansancio y el sopor de la tarde vencieron sus fuerzas, Akutahua mecía su cuerpo mientras dormía. Despertó casi ahogado en medio de la oscuridad y de inmediato aguzó sus oídos. Su hijo Xucori respiraba. Cerró sus ojos con fuerza y comenzó a llorar amargamente.
Cuando salió el sol, Akutahua se presentó con Xucuri al clan y les compartió su visión.
—Había cascadas que venían desde las nubes y los árboles crecían hasta perderse en el cielo. Yo estaba en la montaña con Xucori sin aire —dijo formando sus brazos como si lo cargara—. Sachité también estaba ahí, con aire, y recibió a Xucori sonriendo.
Los ancianos les impusieron las manos y rezaron todos con la cabeza hacia arriba. Luego cargaron varios leños en sus espaldas y se despidieron de la tribu. Durante el ascenso a la montaña, Xucori sudaba y jadeaba, pero Akutahua no se detuvo, ni volvió la mirada hasta que llegaron a una gigantesca roca tallada en forma de cubo.
Descargaron la madera y la esparcieron para preparar el altar. El niño se subió con agilidad, se recostó con el cuerpo orientado hacia el cielo y buscó los ojos de su padre. Este detuvo su labor un instante, exhaló con fuerza y continuó. Lo cubrió con la piel del alce, aceites, hojas y pequeños trozos de madera.
Akutahua rezó hasta que el sol se alzó sobre sus cabezas. Su hijo yacía con los ojos cerrados, respirando con suavidad, como si buscara la siesta. Alzó la daga en lo más alto y en un solo movimiento llevó la punta del arma hasta rozar la garganta de Xucori, se detuvo y la alzó de nuevo. Lo hizo así cuatro veces más, acompañando cada pausa con la misma plegaria. Miró hacia atrás unos segundos y luego le dio tres golpecitos a Xucori en la frente, que enceguecido por el brillo del cielo apenas logró divisar la figura de su padre. El filo de la navaja apuntaba su robusta garganta. Akutahua llevó las manos de su hijo hasta el mango del arma y las cubrió con las suyas. Asintió con calma.
Xucori arrugó su cara y empujó con toda sus fuerzas. Akutahua dejó escapar un agónico quejido mientras sus pupilas se desorbitaban. Apoyó los brazos sobre el altar y se trepó arrastrando su pesado cuerpo. La sangre emanaba con fuerza, juntándose en un charco gigante que terminó por desbordar la roca. Xucori prendió fuego y repitió los versos que había escuchado de su padre por última vez. Se sentó al lado de la hoguera y observó la nube de humo ascender.
*Relato publicado originalmente en Literup como reto del mes de junio.