Alguien arrojó un clavel a una tumba
y encima cayeron veinte más,
uno tras otro,
y luego los cubrió la tierra
El tiempo y los gusanos consumieron los claveles,
la madera y el cuerpo
El tiempo y el dorso de una mano
secaron las lágrimas
Hoy no existen
ni el primer clavel, ni el que lo arrojó,
ni la madera, ni las lágrimas
ni la tristeza, ni el tiempo
Todos,
consumidos y transmutados,
están en la tierra, el aire y la lluvia
*Mención en el XIII Concurso Bonaventuriano de Cuento y Poesía