Después de varios minutos buscando por toda la cocina, don Rafael encontró las llaves del apartamento con una nota adhesiva que tenía escritos y subrayados con rojo la hora y el lugar de una cita médica . Guardó las llaves en el bolsillo de la chaqueta y revisó en la puerta de la cocina el listado del orden del día. Llegó hasta el final y miró nuevamente la fecha del papel; la verificó con el calendario de al lado y salió.
—Bueno, don Rafael, verá, su memoria está en un proceso degenerativo que va más allá de apuntar las cosas, las alarmas y los recordatorios. Yo le sugeriría que para la próxima vez y de aquí en adelante, venga con un acompañante; es más, hable con su familia para que contraten un ayudante de confianza que viva con usted el mayor tiempo posible—. Lo miró a los ojos y anotó las recomendaciones en la receta con los fármacos.
Al cabo de unos meses, una ayudante empezó a visitarlo en la mañana y en la noche. Aunque al principio solo se encargaba de ayudarle a realizar ejercicios para la memoria, poco a poco le fueron asignadas otras labores como la alimentación y el aseo. Guillermo, el hijo de don Rafael, iba una o dos veces al mes, le pagaba a la ayudante, hablaban durante algunos minutos y luego conversaba con el viejo.
Las notas adhesivas, que en otro tiempo eran tan breves, comenzaron a volverse cada vez más complejas. Antes de salir a comprar los víveres, don Rafael revisaba una libreta azul con los nombres de quienes lo atendían; luego tuvo que extender la lista para añadirles una descripción física y, finalmente, las indicaciones para llegar.
Desde entonces la ayudante lo acompañaba todo el tiempo, o más bien, don Rafael era quien la acompañaba, preguntando mucho, como aprendiendo todo, tratando en vano de recordar rostros, lugares y sucesos. Miraba las fotografías del apartamento con una falsa nostalgia; podía identificar la mayoría de personas con su rol , sabía que eran hermanos, primos, amigos o nietos, pero dejó de tener la certeza de los nombres de cada uno.
La ayudante dejó de tener nombre también, luego rostro y después solo era alguien que aparecía y desaparecía con su comida.
De vez en cuando miraba el calendario marcado con una «x» en cada día, pero luego no supo si la marca correspondía al día de hoy o ayer, por lo que tuvo que dejar una nota adicional, no fuera a quedarse atrapado en la rutina del mismo día. Revisaba su diario con frecuencia, siempre empezaba con la primera página donde estaban sus datos, porque no estaba seguro cuántos años tenía o, si algún nieto le hacía el juego, podía confundirse acerca de su segundo nombre.
Una tarde se miró en el espejo del baño con detenimiento y empezó a llorar. Sacó del gabinete varios frascos y mezcló una parte del contenido de cada uno en uno solo. Le puso una nota adhesiva en la que escribió “para morir” junto a una fecha y hora. Cuando salió del baño para anotar las instrucciones en el diario ya era de noche.
En los últimos días desaparecieron los nombres de los objetos; en algún lugar de la casa había una caja que respondía a un botón y emitía imágenes, sonidos y personas; de repente encontraba granos de colores en una superficie blanca y una persona que se los llevaba a la boca; había , hedores, manchas y punzadas en su cuerpo.
Encontró una marca especial en el calendario con una nota para buscar en el diario. Después de ingerir todo el contenido del frasco , cerró los ojos y todo se volvió oscuro. Cuando los abrió de nuevo, se encontró sentado en el sofá, con un papel a sus pies y el frasco vacío junto a un vaso sobre la mesita de centro. Se levantó y se asomó a la ventana. La ayudante apareció a su lado y le mostró el papel; el viejo lo leyó, pero no entendió qué significaban esas palabras.
* Publicado en Revista Ex-Libris, Edición 151.