La vacante

La vacante

Era la primera vez, desde que estaba desempleado, que Javier Martínez tenía la absoluta certeza de que ese día no almorzaría. Todo su dinero se había ido en apenas unos meses, poco a poco, entre las impresiones de su curriculum vitae, los pasajes de autobús y una alimentación apenas suficiente para mantenerlo en pie.

Mientras revisaba la sección de ofertas laborales, encontró el anuncio de una vacante, que a diferencia del resto, no decía nada acerca del cargo y simplemente se limitaba a convocar a “todo aquel que cuente con buena disposición, proactividad y pueda trabajar bajo presión”. Solicitaban los documentos básicos y prometían una remuneración de 2.000 euros mensuales. Javier se colocó un traje con corbata y partió hacia las oficinas inmediatamente.

Afuera de la dirección indicada había una extensa fila de hombres y mujeres, como réplicas el uno del otro, vestidos con formalidad y una carpeta con documentos. Javier se ubicó en el último lugar detrás de un hombre calvo, un poco más alto que él.

—¿Esta es la fila para el anuncio de la vacante?

—Sí.

—¿Y sabe de qué se trata?

—No, nadie en la fila sabe. La mayoría cree que son ventas, pero da igual, como están las cosas no se puede dar uno el lujo de rechazar un empleo, ¿no? —dijo con una mueca de resignación y le dio la espalda.

Tras varias horas en absoluta quietud, la fila comenzó a avanzar rápidamente. Javier se ajustó la corbata y alisó su traje. Cuando llegó a la recepción, una mujer de unos treinta años le recibió los documentos.

—Buenas tardes, señorita. Disculpe, ¿me podría informar de qué se trata el empleo? El anuncio no dice nada.

—Mire, tenemos muchas vacantes, pero la verdad yo no tengo esa información —dijo la recepcionista mientras miraba los documentos—. Venga mañana sábado con los mismos documentos a las tres de la tarde y pregunte por Marcia Aguilera en la oficina de recursos humanos. Ahí los tiene que entregar.

Al día siguiente, dentro de las oficinas encontró una fila casi igual de extensa que la del día anterior. Javier buscó al hombre calvo, pero no lo vio en ningún lado. Esta vez aguardaba detrás de un hombre que daba señas de no haberse rasurado el rostro en varios días.

Las oficinas estaban compuestas por muchos módulos con hombres y mujeres examinando carpetas y cajas. Javier Martínez descartó que fueran currículums dado el volumen que contenían muchas de esas carpetas. Nadie hablaba con nadie y tampoco tenían ningún teléfono.

Dos horas más tarde, estaba frente a Marcia. La mujer le recibió los documentos y lo examinó de abajo hacia arriba. Javier se estiró el traje y se acomodó ligeramente la corbata.

—Disculpe, señorita, nadie me ha informado nada acerca de la vacante, ¿me podría decir de qué se trata?

Marcia interrumpió la revisión de los documentos y miró a Javier por encima de los lentes, inclinando su rostro con la inevitable expresión de quien ha respondido la misma pregunta cientos de veces durante varios días.

—No sé nada al respecto. Los únicos que saben son los directivos y ese señor de allá en la esquina, el que tiene un chaleco gris, ¿si lo ve? Si quiere, puede preguntarle a él. Sus documentos están en orden. Venga mañana a las tres de la tarde y pregunte por don Fernando Alcázar, es el jefe de Recursos Humanos y es quien autoriza las contrataciones.

—¿Mañana domingo?

—Sí, ¿tiene algún inconveniente con eso?

—No, para nada. Mañana estaré aquí.

Javier se quedó observando al hombre del chaleco gris. Tenía un semblante duro, con marcas de expresión en su rostro y el ceño fruncido. Tan pronto se cruzaron sus miradas, Javier decidió regresar a la pensión donde vivía.

En el contestador registraban dos mensajes, ninguno que tuviera que ver con alguna oferta a la que hubiese aplicado. Eran dos agentes de cobranza de bancos que reclamaban el pago urgente de las facturas vencidas. Los borró de inmediato y durmió toda la noche hasta casi el mediodía siguiente.

El domingo, a diferencia de los días anteriores, no había nadie haciendo fila. Salvo los módulos donde estaban las mismas personas trabajando en las cajas y carpetas, Javier parecía ser la única persona ajena a todo aquello. Varias veces llegó a pensar que el cargo se trataba de algo similar, pero descartó esa idea, no tenía sentido un proceso tan extenso para algo que parecía tan operativo.

Fernando Alcázar, le estaba esperando en el marco de la puerta con una sonrisa amplia. Era un hombre gordo, muy bien vestido y que usaba tirantes. Javier observó la oficina. Era muy pequeña, apenas suficiente para Alcázar, su escritorio y dos personas sentadas. Después de unos minutos, reconoció que el trato era lo más cordial que había recibido en tres días.

—Ya sé lo que me va a preguntar. Verá, Javier, usted me agrada. El tema de la vacante y sus funciones no debería preocuparle. A decir verdad, ni siquiera yo sé de qué se trata con exactitud, solo estoy aquí para verificar que cumpla con los requisitos.

Javier lo miró extrañado, mientras que Alcázar sonreía con extraordinaria tranquilidad.

—Lo noto un poco pálido… no ha comido bien por estos días, ¿cierto? Y apuesto también a que lo han estado llamando de los bancos por sus cuentas atrasadas.

Javier asintió sin decir una sola palabra.

—La situación suya no es muy diferente de la de otras personas. ¿Se fijó en las filas de ambos días? Esta es una oportunidad que no debería desaprovechar. Como están las cosas…

Dicho esto, Alcázar abrió el cajón de su escritorio y sacó un contrato de una sola página donde al final aparecía el nombre de Javier. Este trató de leer, pero Alcázar interrumpió sus observaciones colocándole un bolígrafo al frente.

—Ahí no están las repuestas que busca. Firme y nos vemos mañana a las dos de la tarde.

Javier Martínez firmó con un trazo muy fino y salió de aquellas oficinas.